La etapa adolescente se caracteriza por ser una montaña rusa emocional y muchos jóvenes pueden sufrir algún episodio depresivo entre los 10 a los 19 años. Hasta aquí puede ser normal pero lo que ya se aleja de esta normalidad es que cada vez más adolescentes ( incluso niños), padezcan episodios reiterados de depresión y mantenidos en el tiempo.
Las nuevas formas relacionales de las redes sociales y los confinamientos recientes por el coronavirus han provocado y agravado esta problemática.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), existen 300 millones de personas que sufren de depresión.
“Muchos días no tengo ganas de hacer nada, no quiero levantarme de la cama. Lo único que quiero es dormir. Siento que nadie me quiere y que soy una inútil” (María).
“Pensé que ya no quería vivir más, quería dejar de sufrir y de sentirme tan mal” (Miriam).
Estos dos ejemplos son dos muestras reales de dos jóvenes entrando en la adolescencia. Si fueran episodios pasajeros, propios de la edad, se debería mostrar atención pero no preocupación por su estado mental. Pero si fueran episodios depresivos, que se mantienen durante semanas o meses, se debe prestar una atención profesionalizada a pesar de las resistencias que puedan mostrar los afectad@s.
“Cuanto más me decían mis padres que tenía que estar contenta más triste me ponía. No lo podía evitar, era como estar en un pozo oscuro y profundo en el que no sabía ni quién era, ni qué quería”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la depresión es la principal causa de enfermedad y discapacidad entre los adolescentes de ambos sexos de edades comprendidas entre los 10 y los 19 años”. Provoca sentimientos de tristeza y pérdida de la ilusión, dificultad por realizar tareas sencillas y cansancio.
Existen algunas diferencias entre los síntomas entre adultos y adolescentes ya que éstos tienen una presión enorme en las relaciones con sus compañeros; la imagen personal, lo que pensarán de él o ella; las expectativas académicas… Por ello es necesario observar los cambios de comportamientos en esta etapa, ya de por sí difícil, para poder acompañarlos adecuadamente.
Teniendo en cuenta los altibajos emocionales “normales” de la etapa, observaremos además cambios emocionales como:
- Sentimientos de tristeza: llanto sin razón aparente, malhumor generalizado.
- Sentimientos de desesperanza o vacío.
- No tener ganas de realizar actividades diarias que antes resultaban estimulantes.
- Pérdida de interés en familiares y amigos o estar en conflicto con ellos.
- Autoestima baja.
- Autocrítica excesiva y culparse continuamente por todo.
- Sensibilidad extrema al rechazo o al fracaso, y excesiva necesidad de aprobación.
- Dificultad para pensar, concentrarse y recordar cosas.
CAMBIOS EN EL COMPORTAMIENTO
Con el conocimiento que ya tienes en la forma de comportarse de tu hijo/a, debes estar atento a cambios significativos en su comportamiento, como:
- Cansancio y pérdida de energía sin motivo aparente.
- Insomnio o dormir demasiado
- Cambios en el apetito: pérdida o aumento de peso brusco.
- Autolesiones.
- Agitación o inquietud: por ejemplo, caminar de un lado a otro, retorcer las manos o ser incapaz de quedarse quieto.
- No fijar la mirada cuando habla.
- Disminución de la agilidad mental, la rapidez del habla o torpeza corporal.
- Dejadez en su aspecto corporal.
- Dolores de cabeza.
- Excusas para no asistir a la escuela cuando antes no era así.
La adolescencia es la etapa de la separación de los padres, de la rebeldía y la búsqueda de sí mism@. Por ello, el mejor consejo para los padres para poder diferenciar lo que es “normal” de lo que no lo es, es observar estos cambios y observar también su duración.
El mejor consejo para los padres en este sentido es que cuanta más resistencia hagas en una dirección mayor será la resistencia que haga tu hijo en la dirección contraria. Y más en esta etapa. Con ello no estoy diciendo que no hagas nada. Estoy diciendo que primero mires en ti tus miedos e inseguridades y cuánto estás proyectando de ti en la historia de tu hijo. Y después de hacer este ejercicio contigo mism@, observa los cambios en tu hijo y acompáñalo. A veces será solo escuchar. Otras veces será acompañarlo a la consulta de un profesional. Cada caso es especial y único y cuanto antes se ponga solución menores serán las secuelas y recidivas.
Si eres adolescente y crees que puedes estar deprimido, o si tienes un amigo que puede estar deprimido, no esperes para pedir ayuda. Habla con un profesional de salud como el médico o acude a la enfermería de la escuela. Compartir tus inquietudes con tus padres, con un amigo cercano o una persona en quien confíes puede hacerte ver que le pasa a muchas más personas de las que crees y que no eres un “bicho raro”.
En el artículo de mi blog que escribí en el 2011 sobre la depresión escribí que “se predice que para el año 2020 será la causa mundial más importante de discapacidades. Los estudios epidemiológicos muestran que cerca de un 9-20% de la población se verá afectada en algún momento de su vida. El riesgo de recurrencia es estimado en un 50% después del primer episodio, 80-90% después del segundo episodio y más del 90% después del tercer episodio….” Pues bien, ya estamos en el 2020 y es cierto que la depresión es una de las principales causas de discapacidad a nivel mundial. Lo que realmente me preocupa es que el ratio de edad ha bajado considerablemente y toca a nuestros jóvenes.
Una de las formas que tenemos para luchar contra esta enfermedad mental es hablar de ella y dismitificarla. Hablar de la muerte y de las ideas suicidas como un tema básico de la vida para ofrecer la oportunidad a nuestros jóvenes de hablar de ello y liberarlo. El problema no es pasar por la tristeza de la depresión, el problema es negarlo o cronificarlo.
Si estás pasando por un momento así, te invito a que compartas tu vivencia en los comentarios y poder ayudar a otras personas a superarlo. También, desde mi visión de profesional puedo darte alguna indicación o herramienta.