Algo que ocurre a diario y que observo frecuentemente en terapia es la necesidad imperiosa de que todo avance rápido, de que sea inmediato y para siempre. Estamos inmersos en la cultura del cambio, del progreso y el desarrollo continuo, bajo un concepto unidireccional y falso de la realidad. El cristianismo con su división del tiempo en pasado, presente y futuro y el capitalismo con su idea de progreso, desarrollo y crecimiento económico, acabaron de fortalecer esta idea.
Si nos fijamos en la naturaleza, de la que formamos parte, no siempre es lineal. Todo tiene sus tiempos y su proceso de maduración. El paso de las estaciones, la transformación de gusano a mariposa… Además, todo está en continuo cambio. De la semilla al árbol y su fruto, de la lava a la roca volcánica. La Vida se autogenera por y para ella misma, es inmutable y circular. Todo lo demás, podemos estar seguros de que no se mantiene en el tiempo. Como dicen los budistas, todo pasa.
¿Qué ocurre entonces cuando los cambios no se producen de una forma rápida? Que los abandonamos y no perseveramos.
¿Y si los cambios parece que no son duraderos? Que conectamos con la sensación de fracaso y frustración y los abandonamos nuevamente.

Es cierto que hay procesos lineales en la vida, a veces mostrando un progreso más o menos continuo, a veces un retroceso como en el paso de la infancia a la madurez y de ella a la vejez (avanzas en unas cosas, retrocedes en otras). Pero para nuestra mente lo único que existe es el presente. Un punto sin pasado ni futuro donde la línea se vuelve y enrosca en espiral (como nuestro ADN). No hay avances ni retrocesos, sólo repeticiones de un obstáculo o patrón de comportamiento.
Las recaídas y dificultades dejan de ser algo negativo a evitar y pasan a ser aprendizajes que necesitan consolidación.
Si nada más que avanzamos y avanzamos, la vida sería de vértigo con un gran componente ansiógeno. Ésto es lo que está sucediendo en nuestra sociedad actual, donde los momentos de pausa son casi ya inexistentes y la ansiedad es un síntoma “normal”. A todos nos suenan ya los tratamientos con diacepan, loretacepan, dormodor, etc. Cualquier cosa con tal de no parar el ritmo. Demasiadas cosas nuevas para vivir, experimentar y asimilar.
Necesitamos recuperar nuestra “zona de confort”. Necesitamos parar en ese espacio conocido, que aunque a veces no sea demasiado bueno, nos ayuda a recuperar la tranquilidad. Si soy consciente de que las recaídas y los retrocesos (los sabotajes, mencionados en un artículo anterior) existen, dejan de ser algo negativo para pasar a ser momentos necesarios en nuestra evolución. Se convierten en momentos estabilizadores que marcan las pausas para seguir avanzando y aprendiendo.
Pensar que es poco probable que esto me suceda a mí es un error ya que no sabremos cómo afrontar el problema cuando surja y no dispondremos de un “plan de emergencia” para salir de él. Lo ideal es tener diseñado un plan de prevención de recaídas con las herramientas y recursos adecuados (relajación, observación, diálogo mental adecuado….).
Ser consciente de que puede ocurrirnos es nuestra mejor arma para evitar pensamientos catastrofistas como “no tengo solución”, “siempre me pasa a mi”, “nunca podré superar esta situación”…
Y aquí es donde la importancia del terapeuta adquiere su papel protagonista.
Si el terapeuta observa que solo hay avances sin sabotajes o crisis, indica que la persona puede estar huyendo de su realidad y la terapia no está siendo adecuada.
Si ocurre justo lo contrario, es decir, que aparecen demasiados sabotajes o crisis, indica que el proceso va más rápido de lo que el paciente puede asimilar y la estrategia terapéutica debe replantearse para evitar el malestar y la ansiedad a la persona.
El proceso es siempre cíclico y para todos igual: progreso, recaigo y aprendo o repito.
La función del terapeuta no es evitar las crisis. Todo evoluciona gracias a ellas. La función del terapeuta es dar las herramientas necesarias para entender que es un proceso natural que puede ayudarnos a enfrentar la vida de una forma nueva.
Eso sí, para saber que estamos “progresando adecuadamente” los procesos de crisis y sabotaje deben espaciarse en el tiempo y ser cada vez menos intensos.
Si realmente consigues aceptar que no es tan importante en que lugar del camino te encuentras si no que vas aprendiendo y evolucionando cada día, podrás disfrutar cada paso que des en tu eterno presente.
Acudir a un terapeuta en este caso puede aliviarte y hacer más liviano tu camino. Eso sí, recuerda que sólo tu puedes caminarlo y mientras tanto te invito a visitar mi artículo para reprogramar la mente.